Tres generaciones. Tres momentos. Juanjo Etxeberria
Son los Años Cuarenta del Siglo XX. Invierno. Las siete menos cuarto de la tarde, ya casi es de noche. Una alegre marea de jovencitas se desliza zigzagueante por una ladera verde, ornada con arbolitos y cuidados parterres de hortensias y otras flores. Una deliciosa casita blanca, de tejado rojo, puerta y ventanas azules, parece vigilar el paso de las damitas y escuchar sonriente el moderado bullicio de sus risas y conversaciones. Arriba queda -solemne- la hermosa fachada del Convento cuya armonía es realzada por la geometría de una iglesia.
Es el "Cerro de San Bartolomé". Son las niñas, las adolescentes, las jóvenes, todas alumnas del Colegio de la Compañía de María. Es "Zerutxo", la vivienda delcapellán. Es la esquina de Aldapeta con "Víctor Pradera" (así había bautizado el "Régimen" a la actual calle Easo). Es un acontecimiento diario, un recuerdo imborrable, tanto para quienes van llenando las aceras y la calzada (pocos coches circulaban entonces) como para las madres (y algún padre) que pacientemente les esperan. A la misma esquina confluye un abigarrado desfile de muchachos que descienden ruidosos desde Marianistas. La luz algo temblorosa de las farolas de gas alumbra la escena. Hay que evitar al "Sacamantecas". Y en el crudo invierno, desde su modesto cobijo en la esquina de enfrente, una castañera añade calor, aroma y encanto a ese momento entrañable.
¿Cuántas niñas, cuántas madres y padres han protagonizado la escena? ¿Cómo guardan en su memoria o en su corazón esos instantes del diario reencuentro? Consciente o inconscientemente, el recuerdo les lleva a un sentimiento de gratitud hacia las moradoras de aquel convento que cuidaban, enseñaban y ayudaban a la formación de sus hijas.
De algunas visitas al Convento "in illo tempore" acompañando a mi ama, tengo grabadas en mi
mente a mujeres de semblante sereno vistiendo hábito y velo negros y blanca toca enmarcando su rostro. Las religiosas de la Compañía de María nos recibían solícitas; en los corredores y en las salas reinaban el silencio y la pulcritud; junto a los ventanales, algunos sencillos tiestos con begonias...se respiraba Paz. Y al despedirnos, un abrazo a mi ama y, para mí, un cariñoso beso y
el obsequio de un zapatito de tela de tres o cuatro centímetros cuyo interior guardaba un caramelo... ¡Qué delicioso regalo! Eran tiempos de posguerra, de penuria, de pan con sabor a tierra y chocolate de arena, de muelas o titos en vez de garbanzos, de lentejas de estraperlo adobadas con finas piedrecillas que añadían peso y riesgo a la dentadura; y a los niños formales el premio de un escuálido "pirulí de La Habana...que ninguno le gana" (según voceaba el "pirulero") y un barquillo.
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Ya estamos en la segunda mitad de Los Setenta. Son tiempos de mudanza política y social. Proliferan las manifestaciones y protestas. Hay altercados promovidos por grupos extremistas. La juventud está desorientada y más aún lo están algunos padres y madres. Aquel niño que recuerda la sonrisa de la Madre Santana y el hablar reposado de la Madre Rezola -prima de su aita- es ahora padre de familia. Ya no son sus hermanas las que están en edad escolar. Son sus hijas las que -tras un cambio de domicilio y de ciudad- son recibidas en San Bartolomé. Un cambio de escuela muy significativo: De un modelo laico y rígido a otro religioso y relativamente abierto. Una acogida grata, positiva, comprensiva. El atuendo (¿o mejor el "look"?) de las religiosas ya no recuerda al de antaño. Ya no hay toca ni hábito. Aunque siempre con recato, visten como otras mujeres. Hablan y
ríen sin complejos. De sus alumnas no quieren hacer señoritas sino jóvenes abiertas, alegres, responsables. Enseñan en las aulas y fuera de ellas. En barrios o zonas no céntricas desarrollan en
horas no lectivas labores sociales, encuentros, reuniones, siempre con ese mismo espíritu de acogida, de comprensión, de apoyo, procurando transmitir conocimiento y esperanza, fortaleciendo la personalidad de sus interlocutoras, imbuyendo en las mujeres los valores de su fundadora Santa Juana de Lestonnac: iniciativa, esfuerzo, seguridad en sí mismas.
¿Cuántas mujeres tendrán guardados en su interior los consejos, los conocimientos, las pautas de vida que supieron transmitirles aquellas jóvenes siempre dispuestas a echar una mano a quien lo necesitara? ¿Cuántas obras de carácter social siguen vivas gracias al impulso que en su momento recibieron?
Las numerosas y bien organizadas reuniones de las APA de aquello tiempos dan fe de la constante preocupación de las religiosas por animar a la participación de las madres y padres en el desarrollo del Colegio. Presentan a debate en las reuniones cuestiones de fondo, explican el "Ideario", defienden e implantan modelos actuales de enseñanza, innovan ...y cuando hay que discutir, discuten sin arredrarse ante algunas actitudes poco académicas.
Nuestras frecuentes conversaciones (las de mi mujer y las mías) con las religiosas dieron lugar a una auténtica amistad de toda nuestra familia con muchas de ellas. Así conocimos de cerca y con admiración, además del lectivo, ese trabajo callado y que no pasa factura, el que fuera del estricto ámbito del convento y del colegio -sin aspaviento alguno- realizaban con sencillez y alegría varias de aquellas entonces todavía jóvenes religiosas...y hoy como entonces también jóvenes de mentalidad.
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En los albores del Siglo XXI. Los lustros pasan con rapidez y las que "hace cuatro días" eran alumnas son madres al despedir al segundo milenio. Y sin tiempo para la meditación ¡Hete aquí! quien fuera niño y joven padre se ve convertido en abuelo y (jubilada su esposa y maestra en Igeldo) seis nietas y nietos pasan a engrosar el alumnado de San Bartolomé. Niñas y niños. El Colegio se ha adaptado con rapidez a la enseñanza mixta. Y cuando llegó la presión del urbanismo, abandonando -no sin dolor- su vetusta y entrañable sede, iglesia e instalaciones, se erigió a su vera un moderno edificio que seguirá siendo faro y ofreciendo acogida, enseñanza, cultura...vida.
A medida que -con inusitada rapidez- el tiempo se desliza y llega la hora de la reflexión, desfilan por nuestras mentes otros destellos relacionados con la Compañía. ¿Puede alguien ignorar sus extraordinarias aportaciones a la cultura de nuestro país? ¿Y la universalidad de su mensaje cristiano y su espíritu misionero llevando siempre el sello de San Bartolomé? La historia del arte, las memorias de África, el despertar de Haití...asociados a nombres que no hace falta citar, se guardan también en mi memoria y en la memoria colectiva del pueblo. ¿Puede olvidar Donostia la entrega generosa de tantas religiosas que acudieron de otros lugares, aquellas jóvenes que inyectaron en "la capital" la vitalidad, el espíritu emprendedor de los pueblos de Gipuzkoa y las virtudes de otras tierras?
Pienso que la presencia en esta ciudad de las mujeres religiosas de la Compañía de María durante un siglo y medio habrá contribuido en alguna medida al aprecio que despierta el nombre Donostia-San Sebatián y a la sutil emoción que, al interiorizarlo, experimentan los/las donostiarras .
Donostia, Septiembre de 2008